José Vívenes desmonta los falsos héroes

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El pintor resalta el agotamiento de las imágenes de los próceres patrios  (Foto: Nicola Rocco)

María Gabriela Fernández B.
@mariagfernandez
Texto publicado en El Universal en agosto de 2016

Temas del jazzista Miles Davis ambientan el salón que sirve de taller al pintor venezolano José Vívenes (Maturín, 1977), en la urbanización Los Palos Grandes, de Caracas. En las esquinas, se agolpan lienzos enrollados, tubos de pigmentos, recortes de papeles y torres de libros que rebozan de una biblioteca en la que conviven textos de historia y sociología con otros de arte, de autores tan distantes como Joan Miró, Armando Reverón, Lucian Freud o Francisco Narváez.

En las paredes, pinceladas sueltas dialogan con fotografías originales de Luis Brito, como una de las capturadas a las muñecas de Reverón. «Ellas fueron mis primeras modelos cuando empecé a interesarme por la pintura de la figura humana», comenta. Además, se suman recortes de prensa con imágenes de víctimas de la violencia en el país, y post-it con anotaciones y conceptos sobre la pintura como disciplina.

Este artista, quien obtuvo en 2015 la mención honorífica del premio Eugenio Mendoza por su serie Basta de falsos héroes, se declara, ante todo, pintor e investigador, y asegura que su modo de hacer arte es uno en el que la obra pretende erigirse como espejo de la sociedad a la que pertenece. Por eso, sus pinturas, desprovistas de referencias a la vegetación de su Monagas natal, se ven colmadas, en cambio, por reflexiones y críticas de corte identitario sobre la manera en la que son utilizados los símbolos dentro de los discursos que componen el imaginario político nacional. Así, en las obras de esta serie exhibidas actualmente en la Sala Mendoza como parte de la exposición colectiva Tras bastidores, figuras uniformadas que recuerdan a Simón Bolívar visten tutús de ballet o presentan sus rostros ocultos e intervenidos por pinceladas. «Me interesa investigar y reflejar el desgaste del significado de la imagen de las personas a las que se ha querido glorificar. Siempre he sentido que la humanidad busca creer en un emisor que se vale de un discurso lleno de fantasías  con un objetivo, el de mantenerse en el poder. En Venezuela, para contextualizarlo, se da con la figura militar, con la figura de los próceres, que han sido tan usadas que empiezan a convertirse en algo borroso y poco delineado».

-¿Qué significa hoy para usted Simón Bolívar?
-Para mí, hoy, nada. Lo que hizo antes de 1830 fue importante en la historia del país, pero su imagen ha sido tan usada y ha habido tal desgaste del significado que hoy el significante no me lleva a algo claro.

-Pertenezco a una generación que no tiene identidad, que ha vivido cambios tan repentinos de nombres e imágenes simbólicas (como la bandera, el caballo del escudo o las propias versiones de los próceres) que finalmente no tiene algo claro que lo identifique, más allá de un número de registro en la cédula o en el pasaporte.

Pertenezco a una generación que no tiene identidad que ha vivido cambios tan repentinos de nombres e imágenes simbólicas (…) que finalmente no tiene algo claro que lo identifique

Con todo, su taller está repleto de representaciones de Bolívar, en su mayoría cubiertas por pintura o por recortes a modo de collage, desde donde se desprenden nuevos significados. Un busto en yeso y varios libros de pinturas sobre el prócer fueron ya «víctimas» de la inspiración crítica de Vívenes. Por ejemplo, mientras se refiere al tema, enseña su ejemplar del libro El rostro de Bolívar, de Alfredo Boulton, al que intervino de tal modo en su interior con dibujos, anotaciones y reinterpretaciones visuales, que modificó su portada con recortes para colocar ahora Alfredo Boulton y los rostros de Bolívar, por José Vívenes.

El tiempo que fue
Si a Vívenes se le pide echar el tiempo atrás y remontarse al origen de su interés por la pintura, lo primero que elige es nombrar a su padre, de quien heredó el nombre y también, dice el artista, la pasión por los objetos. Ebanista de profesión, fue con él con quien Vívenes se acercó desde su infancia, primero como diversión y luego  con seriedad, a la valoración de las formas y del hecho estético. Su interés y curiosidad por el color le llevó a ingresar a los 15 años a la Escuela Técnica de Artes Plásticas Eloy Palacios. Al terminar el bachillerato, cursó un año de estudios de Historia en el Instituto Pedagógico de Maturín, para abandonarlo pronto y dedicarse de lleno a las artes tras su inscripción a los 21 años en el Instituto Armando Reverón en Caracas. «Ahí conocí el arte contemporáneo, algo que nunca he digerido del todo, y luego el regreso a la modernidad. Ahí di mis primeros pasos certeros en la pintura».

-¿Por qué la pintura como disciplina para la expresión de sus inquietudes en una época donde todo apunta a lo transmedia?
-Es una herencia que adquirí y que no voy a permitir que fallezca. Me formé como pintor, visualmente hay un atractivo por el color, por la forma, creo que la pintura me ha funcionado como herramienta para comunicar lo que me interesa como investigador. La pintura siempre va a existir a pesar de que existan nuevos medios o disciplinas. Por ejemplo, se hace pintura animada, pero no se puede hacer animación sin pintura. La pintura, y sus conceptos, siempre se van a contextualizar en las artes visuales sin importar la herramienta que se utilice.

La pintura siempre va a existir a pesar de que existan nuevos medios o disciplinas

Aunque la indagación de la figura humana y su contexto estuvo presente desde sus trabajos iniciales como pintor, fue tras sus primeras exposiciones cuando este joven empezó a sumar a sus obras la carga social. Para explicar este cambio, recuerda el libro Vanguardia, transvanguardia y metavanguardia de Víctor Guédez. «Ahí él dice que el artista se enriquece de lo que ocurre en la sociedad, y es así, yo no puedo tender un velo entre mi obra y mi contexto. La pintura siempre ha sido un registro de la época de su creador, por eso yo creo metáforas y crónicas visuales para que una forma cree más significados sobre lo que me preocupa que, en este caso, es el desgaste de lo simbólico».

Para pintar, Vívenes prefiere cubrir el lienzo con óleo, un material que, dice, le otorga «más plasticidad» a sus creaciones. Sin embargo, su interés por el collage le ha hecho indagar también en las posibilidades del papel como soporte.

Precisamente, trabaja actualmente en un libro de imágenes sobre papel bond, compuesto por grabados en diferentes técnicas, al que hasta ahora ha resuelto llamar Eutanasia, y donde continúa su crítica social. En él, la mayoría de las figuras son representadas por distintas especies animales, y se abordan temas como  la niñez, la adulación, el miedo y el proselitismo. «Lo llamo Eutanasia porque creo que todos somos un poco culpables de lo que ocurre. Nos hemos sumado a un silencio por miedo (…). Si uso animales es porque ahora más que nunca el salvaje que todos tenemos se ha exteriorizado para hacernos viscerales y violentos».

Ante el temor de abanderar con su obra algún nivel del proselitismo que condena, declara: «Yo trato de mantener la distancia. Abordo un tema que nos ocupa desde hace años como sociedad y que no responde a un bando. El arte debe hablar sobre política pero sin ser panfleto, ahí pongo mi margen». Ya en la Sala Mendoza se exhiben algunos de los collages recientes de Vívenes, quien aún no ha resuelto cuándo exhibirá sus nuevas producciones, donde incluso puede percibirse, en algunos casos, referencias al político venezolano Leopoldo López.

Miranda, de La Carraca a la pintura conceptual

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Obra del artista visual Édgar Álvarez Estrada

María Gabriela Fernández B.
@mariagfernandez
Texto publicado en El Universal  en julio de 2016

El Miranda en La Carraca elaborado en 1896 por el maestro valenciano Arturo Michelena se ha apropiado casi por completo del imaginario del país en torno al prócer. Cada primer recuerdo (salvo en contadísimos casos) de este héroe independentista lo hace aparecer recostado sobre una cama destendida, con la mano en la barbilla, con las piernas en triángulo, con sus libros apilados, y con las cejas fruncidas sobre una mirada que espera un futuro que no fue.

Con todo, desde esa obra maestra a la que el artista e investigador Perán Erminy cataloga como “el equivalente a La Gioconda venezolana” brotan dos dudas que merecen nombrarse: Una plástica, resuelta, sobre la fidelidad de aquel rostro icónico (que realmente pertenece a Eduardo Blanco, autor del libro Venezuela heroica); y otra política, siempre abierta, donde historiadores como Elías Pino Iturrieta dudan sobre la veracidad de las ligeras condiciones representadas por Michelena en esa escena que recrea la prisión del Generalísimo (como han nombrado a Miranda en la historiografía oficial).

No ha sido esa, sin embargo, la única pintura que ha retratado a este prócer nacido en Caracas el 28 de marzo de 1750 y del que se conmemoraron el jueves 14 de julio de 2016 los 200 años de su muerte. Sebastián Francisco de Miranda Rodríguez, hombre fundamental de la Independencia venezolana y partícipe de la estadounidense y de la Revolución Francesa, ha sido centro de una tradición pictórica más sólida que numerosa.

Fue imaginado por el pintor Martín Tovar y Tovar en un óleo elaborado en 1874, en el que aparece uniformado y de pie frente a un fondo paisajístico. Con igual traje e impronta se le observa también a un borde de la mesa, rodeado de patriotas, en la Firma del Acta de la Independencia, pintada por el mismo autor en 1883 por encargo del expresidente Antonio Guzmán Blanco. Emilio Mauri, en 1897, realizó el único Retrato ecuestre de Francisco de Miranda del que se tuvo registro hasta finales del siglo XX, de acuerdo con lo reseñado por el investigador Rafael Pineda en su Iconografía de Francisco de Miranda, donde recoge todos los medios en que fue recreado el prócer, desde un primer dibujo fechado para 1788 en Viena.

Michelena lo ubicó también a un lado de Simón de Bolívar en El Panteón de los héroes (1897); y Tito Salas lo imaginó más tarde, en 1937, en La Vela de Coro, en pleno desembarco preindependentista de 1806.

En estas obras, pertenecientes al academicismo venezolano predomina la influencia plástica europea, y el uso de paletas cálidas y oscuras. Se ubican, con Miranda en la Carraca a la cabeza, dentro de la pintura heroica de entonces, que ensalzó a los próceres militares para construir sobre ellos una identidad patria.

“La iconografía del siglo XXI es una iconografía alejada del sufrimiento. En las grandes batallas no hay sangre y los cadáveres parecen bellos durmientes por su orientación a lo sublime. En pinturas de Miranda, como la de Michelena que es la única aceptada en el sentimiento nacional, no transmite dolor sino un aire de grandeza que difícilmente se relaciona con la prisión, tal vez para atenuar desde la imagen la traición cometida contra él por Bolívar”, declara Pino Iturrieta.

El curador e investigador Nicomedes Febres añade: “Miranda fue un personaje marginal, apenas representado, en la pintura patriótica hasta la aparición de Miranda en La Carraca ¿Por qué tanta fascinación por esa pintura? ¿Por la belleza del cuadro? ¿por la importancia del personaje? tal vez por el fatalismo del venezolano”.

Desde entonces, la imagen del cosmopolita Miranda, y muy en particular el semblante ideado por Michelena, se ha vuelto tema recurrente en la plástica venezolana. Incluso en propuestas de arte moderno y conceptual.

En la Iconografía de Pineda, se recogen creaciones como la del maestro Carlos Cruz-Diez en su etapa figurativa donde, en 1950 y 1952, lo recrea con trazo de caricaturista en el Desembarco de Coro y frente a Andrés Bello en Londres.

Los artistas Miguel Von Dangel, Luisa Richter, Jorge Pizzani, Felipe Herrera, Héctor Fuenmayor, Ricardo Benaím y, entre otros, Pedro León Zapata, también han incluido en sus obras alusiones (a veces críticas, a veces respetuosas) a este prócer. Édgar Álvarez Estrada lo ubica, incluso, “sin La Carraca” tendido a orillas de una playa.

“La idea de Miranda como personaje no sólo tocó a los academicistas. Hay una retratística histórica donde podemos entender su semblante, pero el Miranda de Michelena ha prevalecido como ícono para trabajos conceptuales y también como inspiración para artistas populares. En la pintura, la imagen de Miranda ha sido un mito, así como fue de mítica su trayectoria”, sentencia Félix Herrera, curador de la Galería de Arte Nacional.

Mientras instituciones privadas y públicas organizan para esta semana actos conmemorativos del bicentenario, como la convocatoria al 1er Salón Miranda de arte popular, un cenotafio en el Panteón Nacional espera por el hallazgo y traslado de los restos de Francisco de Miranda, que son investigados pero aún no determinados en la fosa común a la que los realistas le confinaron tras su muerte en La Carraca. Libros y pinturas conservan su legado.

De lo efímero en el arte

María Gabriela Fernández B.

Texto publicado en El Universal el 1 de marzo de 2015.

Un rayo se escurre desde el cielo caraqueño y se trasforma en destello sobre el agua. Desde su asiento de grama, al borde de aquel espejo líquido, un hombre se apropia de la breve incandescencia. La ve llegar y marcharse. Guarda con igual ánimo el brillo y la partida.

Ni el verdor del paisaje, ni el tono del cielo, ni el sonido crepitante de las aves le habían turbado tanto como aquel resplandor. Fue entonces cuando Paul Parrella, sumido en los pasajes del Jardín Botánico de la Universidad Central de Venezuela, descubrió que prefería valorar lo transitorio antes que los elementos eternos en el paisaje. Aquel día de 2005, transformó lo efímero en una obsesión que desde entonces ha dado pulso a sus trazos.

En la muestra Analogías sobre la desaparición, que inaugura hoy en la galería GSiete del Centro de Arte Los Galpones, el pintor hace un recorrido por tres momentos de su creación artística en los que estudia la evanescencia en el agua, la luz y el cielo. Como el arte nunca escapa en ironías, su idea del tránsito ha quedado, en cambio, retenida y perpetuada en cada una de sus obras.

-¿Cómo se captura la desaparición?

-Yo distingo dos momentos en mi trabajo: primero soy un individuo que está contemplando su relación con un mundo del que decide preservar algo; pero luego entro al taller cargado de todo eso y llego no con la intención de representarlo, sino con las preocupaciones de un pintor: en mi taller me interesa la mancha, el color, la materia, trascender con el problema de desarrollar una obra. La experiencia que está detrás, la experiencia propia de la desaparición, se convierte en motor.

-¿Por qué acudir a la abstracción antes que a lo figurativo para hacer referencias a la naturaleza?

-Como artista me centro en transformar la materia, en experimentar el color por el color. La naturaleza me interesa en cuanto a lo que sucede en mí al percibirla, pero no tengo intensiones de interferir en la interpretación que el espectador pueda tener con mi obra. Cuando te enfrentas a una nube dibujada, por ejemplo, te enfrentas a un discurso, a una historia. Una mancha, en cambio, le deja el camino libre al espectador para crear su propio vínculo. Una mancha es algo mucho más sensorial: para mí, al pintarla, y para el que la contempla.

La levedad del artista

Nacido en Cumaná, Parrella, de 35 años, dice que la luz y los colores que le envolvieron durante aquella infancia costera se quedaron en sus ojos y hoy se muestran «como una influencia inevitable» en sus obras.

Sin embargo, distingue a su trabajo como uno elaborado por un peatón que, si bien decidió ubicar su taller, cual templo verde, en una colina en San Antonio de Los Altos, puede hallar inspiración en cualquier calle o escenario, con «la sombra de un árbol a una hora específica, o el paso de una nube que sólo podrá contemplarse en ese instante preciso». Atado a esta idea, define: «Lo que hace artista al artista es su sensibilidad para percibir en el mundo cambios sutiles que tal vez otros no noten».

-¿Le preocupa su propia trascendencia?

– Me obsesiona saber si estoy entendiendo mi tiempo, si estoy totalmente consciente de mi actualidad. Las cosas que me inspiran lo hacen en la medida en la que sé que todas están de paso en el mundo al igual que yo. Mis obras pretenden reflejar eso, pero también se enfrentan al olvido.

mfernandez@eluniversal.com