María Gabriela Fernández B.
@mariagfernandez
Texto publicado en El Universal en agosto de 2016
Temas del jazzista Miles Davis ambientan el salón que sirve de taller al pintor venezolano José Vívenes (Maturín, 1977), en la urbanización Los Palos Grandes, de Caracas. En las esquinas, se agolpan lienzos enrollados, tubos de pigmentos, recortes de papeles y torres de libros que rebozan de una biblioteca en la que conviven textos de historia y sociología con otros de arte, de autores tan distantes como Joan Miró, Armando Reverón, Lucian Freud o Francisco Narváez.
En las paredes, pinceladas sueltas dialogan con fotografías originales de Luis Brito, como una de las capturadas a las muñecas de Reverón. «Ellas fueron mis primeras modelos cuando empecé a interesarme por la pintura de la figura humana», comenta. Además, se suman recortes de prensa con imágenes de víctimas de la violencia en el país, y post-it con anotaciones y conceptos sobre la pintura como disciplina.
Este artista, quien obtuvo en 2015 la mención honorífica del premio Eugenio Mendoza por su serie Basta de falsos héroes, se declara, ante todo, pintor e investigador, y asegura que su modo de hacer arte es uno en el que la obra pretende erigirse como espejo de la sociedad a la que pertenece. Por eso, sus pinturas, desprovistas de referencias a la vegetación de su Monagas natal, se ven colmadas, en cambio, por reflexiones y críticas de corte identitario sobre la manera en la que son utilizados los símbolos dentro de los discursos que componen el imaginario político nacional. Así, en las obras de esta serie exhibidas actualmente en la Sala Mendoza como parte de la exposición colectiva Tras bastidores, figuras uniformadas que recuerdan a Simón Bolívar visten tutús de ballet o presentan sus rostros ocultos e intervenidos por pinceladas. «Me interesa investigar y reflejar el desgaste del significado de la imagen de las personas a las que se ha querido glorificar. Siempre he sentido que la humanidad busca creer en un emisor que se vale de un discurso lleno de fantasías con un objetivo, el de mantenerse en el poder. En Venezuela, para contextualizarlo, se da con la figura militar, con la figura de los próceres, que han sido tan usadas que empiezan a convertirse en algo borroso y poco delineado».
-¿Qué significa hoy para usted Simón Bolívar?
-Para mí, hoy, nada. Lo que hizo antes de 1830 fue importante en la historia del país, pero su imagen ha sido tan usada y ha habido tal desgaste del significado que hoy el significante no me lleva a algo claro.
-Pertenezco a una generación que no tiene identidad, que ha vivido cambios tan repentinos de nombres e imágenes simbólicas (como la bandera, el caballo del escudo o las propias versiones de los próceres) que finalmente no tiene algo claro que lo identifique, más allá de un número de registro en la cédula o en el pasaporte.
Pertenezco a una generación que no tiene identidad que ha vivido cambios tan repentinos de nombres e imágenes simbólicas (…) que finalmente no tiene algo claro que lo identifique
Con todo, su taller está repleto de representaciones de Bolívar, en su mayoría cubiertas por pintura o por recortes a modo de collage, desde donde se desprenden nuevos significados. Un busto en yeso y varios libros de pinturas sobre el prócer fueron ya «víctimas» de la inspiración crítica de Vívenes. Por ejemplo, mientras se refiere al tema, enseña su ejemplar del libro El rostro de Bolívar, de Alfredo Boulton, al que intervino de tal modo en su interior con dibujos, anotaciones y reinterpretaciones visuales, que modificó su portada con recortes para colocar ahora Alfredo Boulton y los rostros de Bolívar, por José Vívenes.
El tiempo que fue
Si a Vívenes se le pide echar el tiempo atrás y remontarse al origen de su interés por la pintura, lo primero que elige es nombrar a su padre, de quien heredó el nombre y también, dice el artista, la pasión por los objetos. Ebanista de profesión, fue con él con quien Vívenes se acercó desde su infancia, primero como diversión y luego con seriedad, a la valoración de las formas y del hecho estético. Su interés y curiosidad por el color le llevó a ingresar a los 15 años a la Escuela Técnica de Artes Plásticas Eloy Palacios. Al terminar el bachillerato, cursó un año de estudios de Historia en el Instituto Pedagógico de Maturín, para abandonarlo pronto y dedicarse de lleno a las artes tras su inscripción a los 21 años en el Instituto Armando Reverón en Caracas. «Ahí conocí el arte contemporáneo, algo que nunca he digerido del todo, y luego el regreso a la modernidad. Ahí di mis primeros pasos certeros en la pintura».
-¿Por qué la pintura como disciplina para la expresión de sus inquietudes en una época donde todo apunta a lo transmedia?
-Es una herencia que adquirí y que no voy a permitir que fallezca. Me formé como pintor, visualmente hay un atractivo por el color, por la forma, creo que la pintura me ha funcionado como herramienta para comunicar lo que me interesa como investigador. La pintura siempre va a existir a pesar de que existan nuevos medios o disciplinas. Por ejemplo, se hace pintura animada, pero no se puede hacer animación sin pintura. La pintura, y sus conceptos, siempre se van a contextualizar en las artes visuales sin importar la herramienta que se utilice.
La pintura siempre va a existir a pesar de que existan nuevos medios o disciplinas
Aunque la indagación de la figura humana y su contexto estuvo presente desde sus trabajos iniciales como pintor, fue tras sus primeras exposiciones cuando este joven empezó a sumar a sus obras la carga social. Para explicar este cambio, recuerda el libro Vanguardia, transvanguardia y metavanguardia de Víctor Guédez. «Ahí él dice que el artista se enriquece de lo que ocurre en la sociedad, y es así, yo no puedo tender un velo entre mi obra y mi contexto. La pintura siempre ha sido un registro de la época de su creador, por eso yo creo metáforas y crónicas visuales para que una forma cree más significados sobre lo que me preocupa que, en este caso, es el desgaste de lo simbólico».
Para pintar, Vívenes prefiere cubrir el lienzo con óleo, un material que, dice, le otorga «más plasticidad» a sus creaciones. Sin embargo, su interés por el collage le ha hecho indagar también en las posibilidades del papel como soporte.
Precisamente, trabaja actualmente en un libro de imágenes sobre papel bond, compuesto por grabados en diferentes técnicas, al que hasta ahora ha resuelto llamar Eutanasia, y donde continúa su crítica social. En él, la mayoría de las figuras son representadas por distintas especies animales, y se abordan temas como la niñez, la adulación, el miedo y el proselitismo. «Lo llamo Eutanasia porque creo que todos somos un poco culpables de lo que ocurre. Nos hemos sumado a un silencio por miedo (…). Si uso animales es porque ahora más que nunca el salvaje que todos tenemos se ha exteriorizado para hacernos viscerales y violentos».
Ante el temor de abanderar con su obra algún nivel del proselitismo que condena, declara: «Yo trato de mantener la distancia. Abordo un tema que nos ocupa desde hace años como sociedad y que no responde a un bando. El arte debe hablar sobre política pero sin ser panfleto, ahí pongo mi margen». Ya en la Sala Mendoza se exhiben algunos de los collages recientes de Vívenes, quien aún no ha resuelto cuándo exhibirá sus nuevas producciones, donde incluso puede percibirse, en algunos casos, referencias al político venezolano Leopoldo López.