Claudio Fermín: No puedo hacer política solo

El ex alcalde de Caracas y tres veces candidato a la presidencia de la República se muestra preocupado por la actualidad nacional pero no planea volver a la militancia política

María Gabriela Fernández B.

Se le encuentra sentado en la silenciosa plaza que sirve de unión al Archivo General de la Nación con la Biblioteca Nacional. Luce una guayabera fresca y blanquísima, el cabello bien peinado y una sonrisa siempre dispuesta.

Su modo de hablar combina con el entorno. Cada palabra es perfecta para sus frases, y algunas expresiones parecen de libro antiguo. Hasta su historia se asemeja a esta plaza, un lugar que tuvo siempre designios de éxito, pero que vive olvidado por quienes ocupan los cargos públicos.

Claudio Fermín

Claudio Fermín −sociólogo, político y abogado− fue el primer alcalde de Caracas en ser electo por votación popular, y desempeñó este cargo desde 1989 hasta 1993. Posteriormente, se postuló tres veces a la alcaldía sin obtener el triunfo, y fue candidato en las elecciones presidenciales de 1993, 1998 y 2000. La proximidad de los futuros comicios hace que su nombre vuelva a la palestra.

Fermín realiza actualmente investigaciones de origen de propiedad a clientes, y por esto se sumerge cada sábado en una exploración sociológica e histórica en el Archivo General de Nación. Además, se desempeña como docente en la escuela de Ciencias Sociales de la Universidad Católica Andrés Bello y en la escuela de Estudios Internacionales de la Universidad Santa María.

—¿Por qué se alejó del activismo político?                                                                   

—Mientras estuve en la vida pública, hubo una serie de circunstancias políticas entre mis compañeros con las que yo estuve en absoluto desacuerdo. De esta manera, siendo yo un dirigente de oposición pero no coincidiendo con criterios de grupos de oposición, buena parte de estos sectores vieron mis acciones como colaboracionismo. 

—¿A cuáles circunstancias se refiere?

—Primero estuvo la decisión de la oposición de estar a favor de la creación de la terrible Constitución que tenemos hoy en día y que ha permitido tantas arbitrariedades. Luego a apoyar la candidatura de Arias Cárdenas y al ridículo altar en el que convirtieron a la Plaza Altamira y a sus militares, lo cual fue para mí el triunfo del militarismo en pleno. También estuve en contra del apoyo a Alfredo Peña y del paro petrolero, pero sobre todo del llamado a la abstención en las elecciones de la Asamblea. Así, poco a poco, me fui alejando de los partidos tradicionales, y ellos también de mí.

 —Pero podría formar un nuevo partido…

—Podría, pero en este momento soy sólo un ciudadano que está en desacuerdo con la forma en la que se está dirigiendo el país, que se mantiene atento de la situación política y que irá a votar en las próximas elecciones. Soy eso, un elector. No creo volver al activismo porque la política, aunque es muy hermosa, es una de esas acciones que no se pueden realizar sin compañía y yo no la tengo. No puedo hacer política estando solo.

La gente que está en la plaza lo observa con curiosidad. La mayoría sigue paseando a su perro sin reconocer a aquel que le habla al grabador, otros tantos le sonríen y le estrechan la mano. Su rostro y voz cambian al responder a estas muestras de afecto, casi irradia luz y se le ve pleno: “Buenos días, señorita”, “¿cómo está usted, caballero?”.

 

UNA VIDA EN EL RECUERDO

Conocido por muchos como “el eterno candidato”, Fermín aborda las situaciones que mermaron su éxito con la serenidad del que estudia un fenómeno social, y no teme develar los secretos del contexto en el que se desarrollaron sus vivencias políticas.

—Viendo en retrospectiva los momentos de sus candidaturas, ¿cuáles elementos de campaña modificaría para alcanzar el triunfo?

—Siempre tuve la intención y las ideas, pero debo decir que a mí no me tocó fácil porque las situaciones nunca estuvieron a mi favor. De cambiar algo, diría que me gustaría haber contado con más alianzas y apoyo de mi partido.

—¿Qué impidió que eso sucediera?

—En ocasiones fueron las circunstancias que te mencioné al principio, pero también lo atribuyo al contexto general. En 1993, por ejemplo, me tocó ser candidato de Acción Democrática justo cuando el presidente Pérez estaba siendo enjuiciado y se encontraba en medio de la injusta campaña de desprestigio en su contra. Además, el país venía de vivir dos golpes de Estado, del Caracazo y yo estaba en circunstancias complicadas en el partido. Si sólo uno de esos factores hubiera cambiado, habría alcanzado el triunfo.

—¿Qué le ocurrió en AD?

—Yo había ganado las elecciones de base de AD con 95% de los votos y, como la dirección del partido pensó que si yo llegaba a la presidencia de Venezuela sería la muerte de ellos como políticos, no apoyaron mi candidatura. Así que me presenté en las elecciones sin propaganda de mi propio partido y perdí ante Rafael Caldera con un margen muy pequeño de votos.  No publiqué todo esto en la campaña porque no quería ser publicista de mi propia tragedia. De hecho, en mi segunda postulación presidencial, en 1999, ya yo  había sido expulsado de mi propio partido y nunca me informaron los motivos.

—¿Cuál recomendación da a la Mesa de la Unidad en la actual campaña?

—Yo apoyo mucho lo que está pasando con el tema de la Unidad. Creo que una tarjeta única para las opciones de oposición reduciría a la mínima posibilidad cualquier tipo de irregularidad electoral y ayudaría a que el voto no se disipara, porque hay gente que tiene una gran urgencia de cambio pero que al ir a votar no sabe cuál tarjeta elegir. También pienso que no deben caer en el error de resaltar a las Primarias como un medidor de su fuerza, ya que mucha gente que está con ellos no va a votar ese día porque les da igual quién sea el candidato siempre que haya uno.

 

UN CAMBIO DE RUMBO Y VIDA

Fermín reside en Caracas desde su juventud, pero viaja con frecuencia a su natal Barinas para visitar a su madre. Desde que se apartó de la que llama “farándula política”, se ha dedicado a su formación intelectual a través del estudio, la lectura de libros de historia y la docencia, y ha aprovechado el tiempo para compartir con su esposa Rosanna, con sus seis hijos, con sus gatos (Mufi y Sasú), sus dos perros (Lola y Sira) y sus dos tortugas.

—¿Cómo es la vida en su hogar luego de haber sido una figura pública?

—Tranquila. Cuando estoy en casa me gusta escuchar música y leer cuanto pueda. Además, soy muy pegado a mis mascotas, de hecho, los dos perros duermen conmigo.

—¿De dónde viene ese amor por los animales?

—No lo sé, lo he tenido toda la vida. Cuando era alcalde vivía alquilado en una casa con un gran jardín en San Bernardino y, además de las seis mascotas que te mencioné, Rosanna y yo teníamos conejos, loros, culebras y hasta una gallina con su gallo.

—¿Una gallina?

—¡Sí! En una ocasión mi hijo se ganó un pollito azul en un sorteo del colegio y lo llevó para la casa. Con el tiempo, Pepe, el pollito, se convirtió en una gallina que ponía todos los días. Un día, me visitó el embajador de Japón en Venezuela y creo que debió haber pensado que era un hombre muy folklórico porque en lo que se sentó en la sala aparecieron la gallina y el gallo y ahí se quedaron durante toda la conversación.

—En este momento, ¿qué es lo más importante en su vida?

—Hoy me siento como un ciudadano más. Mi misión es cumplir con los retos cotidianos, poder llevar dinero a la casa, mantenerme sano y hallar la tranquilidad.

—¿Va a votar el 7 de octubre de 2012?                              

¡Claro! Yo he sido tan golpeado por la abstención que no puedo hacer menos que celebrar el llamado al voto. A los candidatos les voy a seguir la pista, por ahora me gustan todos, o más bien, cualquiera.

Movido por la premura de iniciar su investigación del día, Fermín debe retirarse. Da un apretón de manos, digno de hombre en campaña, y bromea sobre sus ruegos por el sentido común en la patria. Se aleja con un caminar lento y hábil y con la serenidad del que sabe que ya no está en la farándula.

«Nos recibieron con los brazos abiertos a nosotros y a las arepas»

Maribel Araujo, egresada de Comunicación Social de la Ucab, dirige el restaurante Caracas Arepa Bar en Estados Unidos y ha logrado gran receptividad

María Gabriela Fernández B.


Maribel Araujo es una venezolana que vive de las arepas. Sus manos, las de su esposo y las de sus amigos cercanos amasan, asan y venden miles de estas delicias de maíz. Carne mechada, queso amarillo, reina pepeada y queso de mano: su tienda ofrece variedad para todos los gustos. Pero el local de ventas de Araujo no se encuentra en la playa a merced de los viajeros bronceados, ni en Las Mercedes a la espera de los rumberos hambrientos; ella vende arepas en Nueva York y las consumen estadounidenses gustosos de conocer los sabores de la mesa venezolana.
Su baja estatura y su rostro juvenil no revelan su edad a primera vista. Siempre sonriente, Araujo, de 35 años, egresó de la escuela de Comunicación Social de la Ucab en 2000 y desde hace ocho años trabaja en el negocio de la comida en Estados Unidos con el Caracas Arepa Bar.
Su gran empeño en la atención, en la cocina y la decoración pintoresca del local le merecieron una reseña en el New York Times. Tras esto, el negocio se expandió en dos locales, en Brooklyn y Manhattan, y desde entonces las delicias del menú se hicieron famosas entre los neoyorquinos.

El sabor de Venezuela en USA

—¿Cómo surgió la idea de fundar este local?
—Comenzamos en 2003. Mi socio y esposo, Arístides Barrios, y yo ya teníamos tres años viviendo en Nueva York y a mí no me había ido bien, pues me vine por un trabajo en Loquesea.com y esa compañía se vino abajo. Conseguí otros empleos, pero un día haciendo arepas le comenté a mi esposo la idea de abrir una taguarita con arepas y jugos, y le pareció tremenda idea. Yo soy la ejecutora y él es el visionario.
Nos dimos cuenta de que sólo había un restaurante venezolano en la ciudad y pensamos que las arepas les iban a caer como anillo al dedo a los neoyorquinos. Un par de meses más tarde nos enseriamos con el proyecto y nos pusimos en acción.
—¿Cuál es el concepto que posee el restaurante?
—El establecimiento no es como una arepera clásica en la que te paras en el mostrador y pides tu reina pepeada, es más como una taguarita bien montada y la gente viene a cenar como si estuviesen yendo a comer a un restaurante italiano o japonés.
—¿Cómo está integrado el equipo de trabajo de Caracas Arepa Bar?
—Tenemos hoy en día un equipo de 60 personas, entre los tres locales. Pero los directores de orquesta somos: Arístides Barrios, mi esposo, que se ocupa de la parte administrativa, de la dirección de arte y del concepto en general; Ilse Parra, chef ejecutiva y gran amiga, es la sazón del restaurante y la pasión gastronómica hecha mujer; y Juan Sánchez es la mano derecha de Parra y cocinero encargado de los restaurantes en Manhattan.

La fama de las arepas
—¿Cómo ha sido la receptividad del público con el menú?
—La ciudad nos recibió con los brazos abiertos a nosotros y a las arepas, es excelente, a 90% de los visitantes les gustan. Se ha convertido en una opción como los emparedados, burritos o falafel. Nuestro público principal es el neoyorquino, bien sea americano o asiático, no vivimos de los latinos ni de los venezolanos.
—¿Cuáles personajes famosos han visitado tu restaurante?
—Gael García Bernal, Natalie Portman, Owen Wilson, Danny DeVito, Melanie Griffiths, Mayor Koch, Chris Noth, Paul Dano, Edgar Ramírez, Alex Rodríguez, Bob Abreu, Caramelos de Cianuro, Los Amigos Invisibles, Cristina Aguilera, la Miss Universo Dayana Mendoza, Érika De La Vega, Luis Chataing, Lupe Gherenbek y Carlos Andrés Pérez.
—¿Cuáles serían las personas a las que más te gustaría atender en tu local?
Al Maestro Abreu, para compartir con una persona que ha hecho tanto por la juventud en Venezuela; al campeón mundial de Surf, Kelly Slater, porque es un ser humano y deportista alucinante al que admiramos mucho en casa; y al chef Anthony Bourdain, porque estoy segura de que disfrutaría nuestra comida un montón y es una eminencia en la cocina.

Sus recuerdos ucabistas
—¿Cómo definirías tu época universitaria?
—Alucinante. Fue el momento en el que más cosas aprendí y experimenté. Fui representante estudiantil, y descubrí que lo que me gusta es estar metida en un proyecto diferente todos los días.

—¿Cuál anécdota recuerdas de tus estudios en la Ucab?
—Más que una anécdota, yo diría que una sensación. Me encantaba llegar, cruzar los puentes que comunican el estacionamiento con los módulos y sentirme 100% independiente.
Fiel al dicho de “el que tenga tienda que la atienda”, Araujo no planea regresar a Venezuela y espera “tener larga vida con el proyecto del restaurante”. Sin embargo, aun a kilómetros de distancia, recuerda con cariño a su país y recomienda a los jóvenes tener mente positiva y no cerrarse a ningún tipo de proyecto “porque a veces el camino está donde menos se espera”.

Entrevista publicada en abril de 2010 en El Ucabista.

El Joselito de Pizarra y lienzo

María Gabriela Fernández B.

Foto: Nydia Chacón

Sus palabras hilan cuentos del pasado, su mirada brilla perdida y borra años de su rostro. En cada historia los oyentes viajan a escenarios distantes guardados en la memoria, a recuerdos que saben a mar, huelen a pintura y suenan a merengue.
Filósofo, docente y pintor, Joselito Da Costa lleva diez años trabajando en Ucab Coro y se ha convertido en uno de los profesores más queridos de esta sede. Actualmente, padece de cáncer en el estómago, pero esta enfermedad no le borra la sonrisa ni le impide comentar sus cuentos con alegría.
Oriundo de Las Piedras, Punto Fijo, es el tercero de ocho hermanos y recuerda su juventud como una época vivida entre  el mar y los libros: “Salía del liceo en la tarde y me iba con mis amigos para la playa a nadar, esto era lo más divertido del día”.
Convertirse en profesor de Filosofía no estaba en sus planes. Los primeros pasos que dio en la educación superior fueron en el área de los números: “Yo había ingresado a estudiar Ingeniería pero luego decidí ir al seminario en Maracaibo y poco a poco me fue agradando la parte humanística”.
Entusiasmado, recuerda anécdotas de su vida y ríe al mencionar las relacionadas con su nombre: “Siempre creen que me llamo José o Joselo, pero no, en la cédula sale Joselito”. El origen de esta parte de su identidad surgió de un telegrama enviado por su abuela desde San Cristóbal que contenía la enigmática frase: “si nace varón ponle Joselito”. Tiempo después, la familia descubriría que la idea de la anciana surgió tras escuchar en la radio al artista español de El pequeño ruiseñor.
El Joselito venezolano no tiene las aptitudes actorales de su tocayo, pero en esa línea confiesa que, en cambio, le gusta bailar: “Disfruto mucho del merengue en las fiestas y un poco de la salsa”.
En lo laboral, la pintura y la docencia son sus pasiones. La primera le ha llevado a realizar hermosos cuadros de Don Bosco, Andrés Bello y San Ignacio, que adornan los espacios de la Universidad; y algunas obras que realzan las paredes de su hogar, en su mayoría elaboradas con pintura al frío sobre lienzo. La docencia, por su parte, es para él “una actividad muy enriquecedora” con la que se mantiene actualizado y está “en contacto con personas maravillosas”.

Entrevista publicada en mayo de 2010 en El Ucabista.

Coro necesita cultura de Patrimonio

La capital de Falcón, baluarte de la historia venezolana y Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, se ha deteriorado en los últimos años a causa del olvido del Estado y la desinformación de la población

María Gabriela Fernández B.

Foto: Nydia Chacón

Edificios coloniales conviven entre carros novedosos, y el sol que hoy acalora a los corianos de a jean es el mismo que azotaba a las familias de antaño. Es muy fácil pasear en Coro y perderse en sus fantasmas, su pasado, su magia, mirar  a los lados e imaginar, por ejemplo, a alguna Arcaya batiendo sus abanicos, el lento caminar de un sacerdote español o la presencia de un hombre bigotudo que porta una espada o que carga un baúl.
Los más de 500 años de historia de la primera ciudad europea en Venezuela la convierten en un tesoro para el país, y la mezcla de estilos arquitectónicos en el casco histórico de Coro y La Vela les valió la calificación de Patrimonio Cultural de la Humanidad. Sin embargo, la mala gestión de entidades responsables, la desinformación de la población y los azotes de la naturaleza han causado estragos en la entidad y han convertido al bastión histórico en un órgano que late herido y lucha por conservarse entre estructuras afectadas y fachadas recién pintadas.

Esta historia no es de barro
El 26 de julio 1527, el español Juan de Ampíes emprendió la fundación de la hoy capital del estado Falcón, llamada en su momento Santa Ana de Coro.
Con el tiempo, la ciudad se convirtió en un centro estratégico de comercio entre Venezuela e islas de dominio holandés. Esta dinámica social produjo la construcción de residencias cuyo estilo sería descrito como “una de las mejores muestras de arquitectura caribeña de la segunda mitad del siglo XVIII, en la cual conviven valores formales, volumétricos y espaciales de las influencias españolas con las antillano-holandesas y con las técnicas y materiales locales”, según la obra Escuchar al monumento del arquitecto Graziano Gasparini
Basado en estos preceptos y no en el mito urbano de la importancia del barro, el 9 de diciembre de 1993, en una reunión celebrada en Cartagena, Colombia, Coro y su puerto recibieron el nombramiento de Patrimonio Cultural y el Estado venezolano aceptó las condiciones de mantenimiento de un legado que desde entonces pertenece a toda la humanidad.

Las dolencias de la joya histórica
Varios expertos coinciden en que, a pesar de su belleza, la ciudad que celebró su inclusión hace diecisiete años no es la misma en la que hoy pasean corianos y turistas. Luego de la visita de una comisión de la Unesco en 2005, el casco histórico de Coro fue incluido en la lista de Patrimonios en Peligro porque “había un serio deterioro de materiales, estructuras, coherencia arquitectónica y urbana y una significativa pérdida de autenticidad e integridad (…) El sitio Patrimonio de la Humanidad no era manejado como una entidad integrada y no había plan de manejo”.
El arquitecto Nicolás Akirov, ex director del Instituto Municipal de Patrimonio en el municipio Miranda de Coro, asegura que este deterioro responde a cuatro causas principales: La mala interpretación de las ordenanzas de construcción y conservación, las intervenciones desafortunadas en construcciones de valor patrimonial, la subdivisión de viviendas para transformarlas en comercios, las fuertes lluvias y, sobre todo, la poca educación sobre el valor del patrimonio.
En relación con las ordenanzas, el director del Museo Diocesano de Coro, padre Numa Rivero, sostiene que, desde su inclusión, Coro ha necesitado un sistema de estatutos que posea “sustentación jurídica y un andamiaje más conceptual que numérico”. Expresa que por esta ausencia aparecen constantemente elementos discordantes con la estética y el estilo arquitectónico en el casco colonial de Coro, como, por ejemplo, la oleada de transformación de casas en locales comerciales.
La mezcla desafortunada de técnicas en la reconstrucción de calles y casas es también un factor controversial sobre el patrimonio, que resulta del uso del cemento en la reparación de edificios de barro. Esta situación es condenada por unos, dado el peso del material, y aplaudida por quienes sostienen que el cemento garantizaría la estabilidad de los inmuebles.
Ahora bien, la debilidad actual de las estructuras, producto de la falta de mantenimiento y del olvido de los propietarios y de la gobernación, también han dejado expuestas a estas edificaciones frente a los desastres naturales. Las lluvias de diciembre de 2010 desplomaron un aproximado de 40 casas, y Gasparini atribuye estas caídas a la poca tendencia a aprender del pasado: “Esto ya había ocurrido en 1999, con aquellas lluvias cayeron casi 60 ”.
Llegado a este punto, surge que una de las principales condiciones que han influido en el deterioro de Coro y su puerto es la falta de sentido de pertenencia de los propios residentes.
En un intento de analizar los motivos por los cuales el propio pueblo parece olvidar la valía del patrimonio, Akirov reflexiona: “A veces los propietarios se sienten disminuidos por residir en estas casas coloniales, se sienten atrasados en la tecnología. Además, remodelan sin pensar que ese, que es su hogar, tiene un valor universal”.
Tras la situación crítica de diciembre 2010, el Instituto de Patrimonio Cultural (IPC) ha vuelto su mirada hacia Coro, y la población espera ansiosa el surgimiento de proyectos exitosos en la reconstrucción de esta joya cultural de la historia venezolana.

Béisbol con sabor Universitario

Casos de atletas profesionales y la opinión de expertos en el área demuestran que es posible estudiar y ser pelotero

María Gabriela Fernández B.

Betania Pérez Álvarez

Último turno. El bullicio de las gradas aturde a los jugadores, el pitcher capta todas las señas, se arregla la gorra, intenta alisar la tierra del montículo. El bateador lo mira impaciente y realiza grandes ondas en el aire con su bate de madera, lo mueve como una espada. Allí viene el lanzamiento, la Spalding choca con el poderoso bate y del encuentro suena un “toc”. Sí, ese que les dice a todos que vendrá un jonrón. La bola se va, se va… Todos gritan, el equipo ganó el partido, y gorras -y vasos- vuelan por los aires. De pronto una alarma interrumpe su sueño: “Tengo que levantarme, hoy tengo parcial”.

Es Venezuela un país en el que gran parte de los jóvenes han bateado una pelota, han sentido admiración por un equipo, y hasta han llegado a portar un uniforme. Sin embargo, en esta tierra de peloteros, es también común la idea de que practicar este deporte implica abandonar la posibilidad de estudiar. La coincidencia entre el inicio de las clases en la Ucab con la temporada de béisbol profesional lleva a evaluar esta situación, y a revelar a los jóvenes que el béisbol y la academia sí pueden ir de la mano.

 Profesión y complemento

Ser una estrella del béisbol es casi una constante en la lista de aspiraciones de los más chicos en Venezuela, y este deporte puede desarrollarse en dos ámbitos, el profesional y el universitario. Ambas opciones dan al joven la posibilidad de desarrollar su talento y de alcanzar títulos y medallas como pelotero.

La necesaria división entre estas carreras, surge de los requisitos y características de cada disciplina. Así lo explica Orangel León, entrenador de la selección de béisbol ucabista, quien comenta que es complicado para un beisbolista desarrollarse como atleta profesional y alcanzar al mismo tiempo una carrera universitaria porque, al jugarlo como deporte de alto rendimiento, serían necesarias unas seis horas de entrenamiento diarias, entre cinco y seis veces a la semana, con breves períodos de descanso. Además, sostiene que actualmente los jóvenes son fichados por equipos desde los 15 o 16 años, “lo cual implica que empiezan a hacer una vida profesional desde mucho antes de entrar a la universidad, y en ocasiones, a esa edad, ya ganan dinero suficiente para mantenerse”.

El director de Deportes de la Ucab, Antonio Rudas, resalta al deporte universitario como una oportunidad para los jóvenes de jugar béisbol y graduarse. Además, al evaluar al desempeño profesional y amateur, recomienda que en ambos casos el atleta mantenga cierto grado de relación con el aprendizaje: “Se puede ser un estudiante que juega o un deportista que recibe tutorías, lo importante es ser un hombre integral”.

Estudiar, paralelo a los deportes, les brinda a los atletas la posibilidad de desarrollar herramientas y aptitudes que los convierta en personas con disposición a la convivencia, la honestidad y la visión crítica de su carrera, para evitar polémica y crisis en la vida personal, como ocurrió en los casos de las estrellas Miguel Cabrera y Francisco Rodríguez.

El sueño dorado

Uno de los más grandes anhelos de los beisbolistas es llegar a las ligas profesionales y, aunque expertos aseguran que no es posible obtener una preparación académica de nivel superior y ser al mismo tiempo jugador profesional en Venezuela, existen otras opciones para los jóvenes que deseen cumplir este par de metas.

Una de las posibilidades son las becas universitarias en Estados Unidos, donde el joven crece como deportista y a la vez recibe una importante formación académica. Un ejemplo de ello es el pelotero estadounidense Fernando Pérez, quien ha jugado con Tampa Bay Rays y Chicago Cubs, y estudió escritura creativa en la Universidad de Columbia. Con el tiempo, se convirtió en el primer pelotero en escribir para la prestigiosa revista inglesa Poetry, donde publicó un brillante texto sobre el béisbol y la poesía, redactado, por cierto, mientras jugaba como fichaje importado en Venezuela.

Otro ejemplo de éxito profesional en lo académico y deportivo es el basquebolista venezolano Greivis Vásquez, quien alcanzó el éxito deportivo a través de una universidad estadounidense, y es reconocido por compañeros y periodistas como un hombre disciplinado, educado y cortés. Vásquez siempre exhorta a los atletas a continuar su formación y sigue cosechando éxitos.

Beneficios de la pasión ucabista

En el campus de la Ucab se puede practicar béisbol, una disciplina que se llena de inscritos en los primeros meses del año académico y que ha competido de manera exitosa en múltiples torneos nacionales e interuniversitarios. Además, Rudas asegura que la participación en estos torneos no ha afectado de manera negativa a las actividades académicas de los jóvenes. De hecho, asegura que el promedio de notas de la selección de béisbol de la Ucab está entre la media de la Universidad, “con lo que se desmiente el mito de que el deportista es flojo”.

Tanto Rudas como León expresan ser comprensivos en los entrenamientos por el aspecto académico: “Si sólo puedes asistir un día de los dos de entrenamiento porque tienes clases o un parcial, nosotros entendemos”. Además, se han logrado convenios con escuelas, como la de Ingeniería, que permiten que los alumnos cuadren sus horarios de clase éstos interrumpan su entrenamiento en el mundo de la pelota. A esto se le suma, la posibilidad de realizar acuerdos con los profesores para ausentarse en alguna clase y así representar a la Universidad.